lunes, 15 de diciembre de 2008

Vidas pequeñas.

No todas las vidas son grandes vidas, no todas tiene su costado heroico, o glamoroso, a veces comienzan con sueños pequeños, tan pequeños como tener un amor que las contenga, que las complete,
Que les quite ese costado de soledad que duele tanto...
Así comenzó su vida, queriendo gozar del simple hecho de una mañana perfumada, respirar profundo ese aire frío cargado de humedad, de ese cuerpo joven que se estremecía en emociones aún no estrenadas,
Soñando sueños simples como el de quedarse a vivir en un abrazo,
Y de llenar los silencios con palabras tiernas.
Hoy cuarenta años después mira hacia atrás y puede ver como a través de una bruma cuantas veces los abrazos llegaron y se fueron , cuantas veces los brazos estuvieron colmados para volver luego al
vacío, cuantas veces se llenó de ilusiones para siempre y el siempre era una sucesión de momentos breves, demasiado breves.
Hoy vuelve a caminar la calle Alberti, con el frío del clima marítimo
Pegándole en la cara, caminando rapidito para llegar a ninguna parte,
O sólo ya llegó, volvió a partir y ya no sabe donde está el nuevo inicio.
Mira casi sin ver una y otra vidriera, no siempre tan renovadas, quizás donde había pullóveres hoy hay cortinas, y alguna perfumería se convirtió en un locutorio con cyber, donde además se pueden comprar golosinas y tarjetas par llamar a cualquier rincón del mundo.
Pero a qué lugar del mundo puede llamar hoy??? En cuál hay una voz que le pueda recordar que aún vale el ejercicio cotidiano de reiniciar la jornada con una sonrisa?.
Cruza la calle Las Heras con ese caos moderado de taxis , micros urbanos y la salida de los de larga distancia, entra a la Terminal de
Ómnibus , esa la de la cúpula que puede ser tan atrayente como para convertirla en un shopping, pero que por dentro se convirtió en un laberinto oscuro entre boleterías, quioscos de alfajores, ventas de revistas y ese olor penetrante a cigarrillos apurados, café expresos hechos con filtros no demasiado limpios y un olor a frituras perennes,
En ese mismo laberinto en el que se pueden encontrar sandwiches de pan francés, empanadas, pastelitos, agua mineral y libros rebajados, que poco o nada le interesan a los que vienen y van.
Sólo el frío es el mismo que hace cuarenta años, el viento siempre renovado hace que todos recuerden que viven en el sur, en un sur del mundo que se resiste al cambio, en el que todo cambia un poco para que nada cambie demasiado.
Se sienta en un banco de madera, duro, incómodo, de cara un andén esperando, simplemente esperando que su vida de ahora llegue.
Un viejo de piel ajada y voz cargada de tabaco se le acerca, la reconoce, aunque no recuerda su nombre trae relatos de otras esperas, de esperas hechas de cosquillas en el estómago y sonrisas y
Pregunta sin anestesia “—te casaste con él.?..”
No , no se casó con él, se casó con otro varios años después y él no se casó con nadie.
Ahora el estómago se convirtió en un enredo de nudos hechos con cuerdas tensas, y las lágrimas se agolpan, para dejarle al viento el trabajo de secarlas.
El viejo sigue preguntando , como si conocer su historia cambiara la
de él y contesta con monosílabos, o frases muy cortas, mientras a uno y otro lado van bajando de los micros gente adormilada, que retira y arrastra bolsos y valijas, se arremolina un grupito, saludan a
alguien entre emociones y golpeteos en la espalda, seguro es alguien que vuelve, desde muy lejos.
Bajan una adolescentes dicharacheras y ruidosas, no hace falta mucha imaginación para saber que vienen a buscar a esta ciudad.
Luego al final, con paso lento, un hombre de estatura mediana,
cabello teñido , recortado sin demasiado estilo, con algo de sobrepeso, ropa prolija, un bolso pequeño al hombro, nada en él es demasiado atrayente , sólo el brillo de picardía en los ojos..
Por un instante la mirada de uno resbala por el rostro del otro,
No se ven demasiado ambos miran hacia uno y otro lado, buscan, siguen buscando... ella espera a alguien que no conoce, que imagina,
que supone será tan atractivo como sus palabras, nadie así bajó del micro.
Se levanta lentamente del banco, como si su cuerpo de repente
estuviese cargado de piedras, y sale hacia la calle Sarmiento,
una vez más se detiene en los rostros de quienes esperan taxis, no reconoce a nadie...
Va hacia el primer cyber de la próxima cuadra.
Se instala en frente a una máquina, en la de al lado ve al mismo hombre simplón que hace unos minutos bajó del micro.
Revisa correos, reenvía, no tiene mucho que hacer esa mañana.
Relee el último mail, en el que corrobora que decía “llegaré mañana,
a las diez”...
Nada que decir, nada para responder.
Los dos se encuentran en la caja para pagar, apenas unas monedas cada uno, él en un gesto simple le cede el paso, salen a la calle, uno hacia el este otro al oeste.
¡ Se abriga con el chal, hace tanto frío esta mañana!