miércoles, 10 de diciembre de 2008

Siestas en mi pueblo.

Por aquel entonces las siestas eran largas,
obligatoriamente largas , silenciosas,
y olían a té de menta.
El sol caía con poca piedad sobre la tierra
hasta dejarla exhausta, reseca, quebradiza,
el cielo de azul más que intenso
brillaba como de fiesta,
las astas del molino chirriaban apenas
por el viento en huelga.
Los chicos susurrábamos en los rincones,
tramando travesuras que quedarían inconclusas,
porque en esas calles el anonimato
era una imposibilidad manifiesta,
el pueblo entero sabía
nuestros nombres y apellidos.
Aún así leíamos ciertas revistas,
o escribíamos cartas a escondidas,
extraordinariamente ingenuas y sentidas...
entonces eran tantas las palabras
que no conocíamos,
las sensaciones, los ideales, los berretines,
los pequeños triunfos,
los grandes fracasos,
no estaban aún en nuestro vocabulario.
No rezábamos por la paz,
ni tratábamos de meditar visualizando el amor.
Vivíamos en la paz y el amor !!!
Fueron en esas siestas pegaditos a la radio
que nos fuimos enterando
que el mundo estaba cambiando,
y nos fuimos...
a caminar el mundo.