martes, 16 de diciembre de 2008

De encuentros y desencuentros.

Amalia y Cristina pasean tranquilas, displicentes, por calles arboladas, acostumbradas a las confidencias se cuentan historias familiares, opinan con respeto, se hacen una que otra broma; entran a algún negocio, desbaratan el ánimo de alguna vendedora, buscan regalos para Navidad. Cuando el calor y la caminata agobian se invitan a tomar helados, chocolate y frutos del bosque, tentadores, refrescantes.
Se sientan de cara a la peatonal, vendedores ambulantes, mujeres grandes como ellas recorriendo vidrieras, adolescentes que se buscan y se encuentran.
La figura de un hombre se recorta por la calle Corrientes, Cristina entre asombrada y sonriente, no puede separar su mirada de ese rostro. Se lo ve algo más delgado, canoso, el pelo muy bien recortado, la piel dorada, anteojos casi invisibles, eso sí las arrugas han dejado marcas.
El también la mira con la insistencia de una pregunta ¿ sos vos?
Se ven en el pasado, Abel era vendedor de libros y Cristina acudió por un aviso pidiendo trabajo. Ella delgada como un junco, adolescente, inquieta, curiosa, él cercano a los treinta, atento, aplomado, se las ingenia para ingresarla en su equipo. Una tarde de agosto, después de visitar a algunos posibles clientes, la invita a pasear por una playa, sutil pero insistente la acosa, le cuenta su vida, le habla de metafísica, avanza, ante el no discreto , retrocede con diplomacia.
Y luego viene un pedido—Esperame... a que resuelva algunos temas de mi vida.
Ella aprovecha para dejar al chiquilín aquel que la cita y la deja esperando hora y media.
Abel llega un día de improviso a la casa de Cristina, y sin tapujos frente a todos los presentes reitera el pedido:
--- Esperame un mes, nuestros destinos están atados.
--- Te espero un mes, te espero un año.
Pasó bastante más de un mes sin ninguna noticia, y con la vida enredándosele entre las faldas , ella se fue a Rosario, cuando Abel regresa ya no la encuentra.
Alguna vez estuvieron cerca en alguna calle, en alguna sala.
Recién hoy, cuarenta años después se buscan e interrogan con la mirada.
Segundos largos, muy largos... ninguno de los dos dejó salir su voz, el llamado no dicho se ahoga en el sonido de la calle.