lunes, 12 de enero de 2009

El guiso de Rosalía.

Rosalía se vió a sí misma en una escena repetida hasta el hartazgo, cocinaba mientras lloraba por su hombre.
Secuencias parecidas las leyó en buenas novelas, las vió en películas y en la vida real, vió llorar a su madre, a sus amigas y hasta a sus hijas, nada de eso la consolaba.
Tenía separadas en una fuente remojándose verduras frescas, para permitir reponerse a todos de las comilonas de las fiestas.
Pero en un arrebato, comenzó a hurgar en su heladera. Inició entre hipos y moqueadas una nueva faena, reahogó cebollas, ajos, pimientos, apio y les fue agregando, buenos trozos de carne , dos chorizos frescos, un cantimpalo, un trozo grande de panceta, unos cuantos tomates bien maduros, un buen puñado de sal, pimienta, ají de la mala palabra picado muy finito, laurel, pimentón, perejil, un buen vaso de vino, varias papas cortadas en cubitos, no escatimó en nada.
Cuando se sentaron a almorzar , las mujeres se sirvieron ensaladas, los varones glotones el guiso carrero. No es de hombres quejarse por el picante, menos aún cuando el mejunje se sentía tan sabroso, unos vasos más de vino y tema resuelto.
Las siestas en la casa fueron largas, muy largas, afuera el sol resultaba abrasador y en los estómagos varoniles se agigantaba el fuego.
Esa noche ninguno de los maridos salió y las mujeres sentadas bajo las parras entendieron que a veces no hace falta llorar, sólo basta con ponerse a cocinar.