lunes, 17 de noviembre de 2008

NOSOTRAS LAS DE MÁS DE 55
Nacimos en la post-guerra en el hemisferio sur, en América latina, casi al mismo tiempo que llegaron a estas tierras la penicilina, la televisión y el derecho al voto femenino, ninguna de esa fueron circunstancias que pasarían desapercibidas en nuestras vidas.
En lo personal, sin la penicilina no hubiera sobrepasado más allá de los tres meses de vida. Sin la televisión no me hubiera enterado que el mundo era mucho , muchísimo más grande y complejo que el de mi realidad cotidiana. Sin el derecho al voto femenino, no hubiera desarrollado, o quizás sí, esa terca afición
por interesarme y opinar acerca de política.
Mientras en el mundo se afanaban en declarar que el mundo no debía soportar nunca más la afrenta de una guerra feroz, o un genocidio, en nombre de la paz hasta en los rincones más recónditos, se armaban hasta los dientes.
Los mismos héroes de libertades y democracias no respetaban los derechos de la gente de piel negra, miraban con desconfianza a los amarillos y se olvidaban impiadosamente de los pieles rojas, de los autóctonos, de los antiguos. Aunque no lo confesaran seguían fieles al concepto de razas, y por supuesto miraban con más simpatía a la blanca, sin mestizaje, a la que conservaba los bastiones de la cultura occidental.
Un mundo en el que aún con igualdad en algunos derechos, las mujeres nacían con el mandato de prepararse para ser buenas esposas, y acerca de su moralidad podían opinar, padres, sacerdotes, familiares, y el pueblo entero si habitaban en algún lugar pequeño. Deslices insignificantes como abrazos furtivos, o charlas al atardecer en algún portón resguardado despertaban furias de sospechas y se sentía atacada hasta “la honra de la familia”. Se las consideraba tan sin seso a las mujeres, que debían seguir al marido hasta donde el considerara oportuno remontar el barrilete, respetar su opinión, llevar el apellido del cónyuge y ser él el único autorizado a ejercer la patria potestad.
Miremos la realidad de frente en las décadas del cincuenta, y la del sesenta las mujeres éramos ni más ni menos que ciudadanas de segunda, mucamas con diploma .
Aún así soñábamos con el príncipe azul, delirábamos por un carta perfumada y creíamos que cocinar, limpiar y lavar en la época en que eran aún un lujo los pañales deshechables, no eran ni más ni menos que demostraciones de amor.
Eso sí para cada aniversario los maridos solían regalar unas bonitas pulseras de oro a las que “oh casualidad” llamaban esclavas.
En el mundo, aparecían conflictos unos tras otros ,como erupciones, cada vez más virulentos , cada vez más explosivos.
En los países en que los hombres “marchaban a la guerra”, cada vez con más asiduidad, las mujeres comenzaron a darse cuenta que podían y sabían trabajar, se fueron colando en colegios y universidades.
Y algún pícaro de la historia, no conforme con que las mujeres gozaran de heladeras y máquinas de escribir, inventó LA PÍLDORA ANTICONCEPTIVA .
En realidad no podemos saber si lo hizo para proteger a las mujeres, o para que los hombres no se tuvieran que hacer cargo de todas sus fechorías, o para que algún funcionario las repartiera por algunas latitudes en las que no querían que los nativos se reprodujera demasiado. Sea por la razón que haya sido las mujeres comenzamos a barajar seriamente la posibilidad de la no concepción, más allá de apretar las piernas fuertemente o de pasar haciendo cuentas en los almanaques.
Y luego llegaron LOS BEATLES, LOS HIPPIES, LAS MINIFALDAS, y señores se armó la festichola!!!.
Con un lema maravilloso “HAGAMOS EL AMOR Y NO LA GUERRA”.
Las guerras se terminaron??? DE NINGUNA MANERA!!!.
Es fácil vivir haciendo el AMOR???, NI QUE SE LES OCURRA!!!
Quizás porque nuestra generación se quedó pegadita a música de boleros, o porque no podemos entender como los mismos hijos que criamos con tanto amor hoy declaran con total desparpajo: -- a mí todo me.........(importa un pepino, es la versión no censurable) , vivimos desconcertadas, añorando no sabemos que, y mirando quien sabe que horizonte lejano, luchando denodadamente para que no nos alcance al Alzheimer, no vernos ni demasiado gordas, ni demasiado flacas, que no se nos noten demasiado las canas, mandándonos mails a lo loco , en el que el mensaje es siempre el mismo ,
“no estás sola, vamos ... tú puedes”...
Repetimos por lo bajo,--hombres, ya no quedan.... Y quizás se nos de por cantar:
“Mambrú se fue la guerra...