domingo, 29 de marzo de 2009

Viajando de regreso (2)

Pido a Beatriz y accede, me ayude a reencontrarme con quienes vine ver.
Caminamos lentamente por una calle soleada, amplia , casi silenciosa, sólo el rumor de las hojas de los árboles, uno que otro canto de pájaros, algún chico que bicicletea como si el mundo le perteneciera.
Al fin del asfalto en un predio espacioso, arbolado, prolijo , limpio, el Hospital.
En el patio unos viejitos toman sol, nos observan con curiosidad. Escudriño uno por uno los rostros esperando encontrar esa mirada clara, el gesto austero, el cabello ondulado, no puedo encontrarla.
Un frío de temor me recorre la espalda, pregunto por ella.. me guían a una sala humilde pero limpia, en la última cama, conectada a un suero, pequeña, consumida, escuálida, su piel resquebrajada, sólo su mirada es como la recordaba.
A nuestro alrededor se produce un silencio que nos desnuda la emoción, y las lágrimas brotan, como de un manantial imprudente, las palabras se atropellan y me cuesta decirle.
—Soy Caty te acordás de mí, quería verte, sólo quería verte...- la caricio un par de minutos que parecen una eternidad.
--No te olvidé, te quiero, cuidate, ponete bien, no te olvidé!!!
Creo entender que no recuerda quien soy, o quizás sí y no lo sé comprender, salgo lento prometiendo volver, tratando de tragarme las lágrimas.
Prefiero recordarla en aquellos días de sol cuando extendía la mesa media mañana y en los bancos de madera largos sentaba a todos: su hijo, sus sobrinos, a aquellos vecinos pobres de toda pobreza y nos servía generosa y abundantemente café con leche, pan fresco, manteca untuosa, chorizos caseros... casi siempre yo era la única niña entre varones locuaces, fuertes, ingenuos, divertidos.
Luego de la comilona, con un par de libros ajados nos hacía practicar lectura.
Costurera de oficio, cristianamente solidaria por convicción, fue la más dulce y paciente de nuestras maestras.

El sol de octubre engalanaba la tarde de primavera.Cruzamos la plaza, que por obra y gracia del sentido estético de una buena paisajista, se la veía arbolada,acogedora, fue nuestro espacio común, aún conservaba el mástil que en ese momento ví tan pequeño, y aquel banco en el que nos sentábamos a contarnos nuestros secretos, en el que mirábamos como desde una platea el escenario de nuestro mundo, un mundo pequeño, pero tan rico en emociones, en sueños, en travesuras y hasta en melodramas.
Lo vi avanzar hacia nosotras cruzando la calle, más bajo de lo que pensaba, robusto casi regordete, sonriente, toda su cara inundada por una sonrisa conservaba la gracia de niño atorrante, travieso, la piel trigueña, el pelo oscuro, me pareció más joven de lo que realmente era, se ubicó entre las dos y por un par de metros acompasamos el caminar, nos preguntamos y respondimos casi con dificultad, las palabras se entremezclaron , es como si frente a frente no hubiéramos sabido que decirnos.Mi amigo, un amigo recobrado desde el fondo de un recuerdo de un nombre apenas, aunque en nuestra historia compartimos padres que fueron compinches, calles de tierra, zanjones repletos de agua de lluvia, patios de pobreza, el aroma de los paraísos, la magia de las madreselvas, el chirriar de los molinos, vueltas domingueras, tardes de cine, cucuruchos de girasol, día de primera comunión, la pequeña imagen de la Virgen de las Mercedes escoltada hasta la capillita minúscula, fiestas con carreras cuadreras y sortijas, música de bailes populares, las mismas anécdotas de vecinos, y al final de nuestras infancias sueños atrevidos que terminaron en partidas...
Me pregunté que hubiera sucedido si unos meses atrás nos hubiéramos cruzado en una calle de una ciudad, ¿ nos hubiéramos mirado siquiera?. Y sin embargo en ese minuto de la historia le debía toda la gratitud que se le debe a quien es capaz de transmitir aliento, esperanza, buen humor , picardía, a través de la magia posmoderna de internet.
Entramos al salón espacioso, bien iluminado de una vieja casa reciclada con esmero y buen gusto, convertida en agradable restó. Nos presentó a su mujer, joven, amable , tímida, algo en ella inspiraba ternura, lo seguía con la mirada, con una forma de mirar casi temerosa.
A él lo vi inquieto, movedizo, como nervioso.
Deseé sentarme en un rincón y poder observar la escena con detenimiento, sus idas y venidas, las reproducciones de los cuadros, las fotografías enmarcadas... Sentí mis pies hinchados y la boca reseca, quise sentarme, pero no me atreví.
Intenté decir algo amigable, coherente, aunque más no sea decir gracias, pero mi parloteo fue intrascendente.
Beatriz me recordó que nos esperaban en su casa en pocos minutos .
Me despedí , como quien saluda a vecinos a quienes volverá a ver una y otra vez.

Mi amiga me tomó del brazo y me llevó a caminar por los pasillos del jardín de la sinagoga, me dijo con suavidad:___ Escuchá, escuchá, este es el sonido de Moisés Ville—El viento, moderado, más que tibio, agitaba las copas de las palmeras, algún pájaro anunciaba su paso por el cielo del atardecer, y cerré lo ojos, escuché, por ese instante el pasado y el presente se unieron.Mientras esperamos que se reúna un grupo de al menos diez persona, para entrar, nos seguimos contando de la vida recorrida, de lo que nos hizo crecer hasta llegar a ese día.
Entramos al templo, sentí una profunda emoción porque me habían invitado, me permitieron compartir lo que a mi entender es de una intimidad suprema, la religiosidad de cada uno, ese entenderse, comunicarse, con el Creador, soplo de vida, espíritu animador.
Parados frente a mesas finas y alargadas, ante cada uno una Biblia, en la página derecha escrita en hebreo, en la página izquierda en castellano., para que todos pudiéramos seguir la lectura de los Salmos.Dos voces que se elevaban en alabanzas a Dios, dos voces que pedían, veneraban , agradecían , una cascada de un hombre luminosamente anciano, la otra contundente, varonil, armoniosa, la de un joven que se sentía honrado de co-conducir la ceremonia.Luego del saludo fraternal, en una mesa puesta hacia un costado se compartió, pan , vino y masas dulces.No pude dejar de estremecerme ante la fe sencillamente manifiesta.
Dios es uno sólo, el mismo, aunque la humanidad intente fraccionarlo.
Salimos a la calle con andar lento, cansado pero tranquilo, al fin estaba en mi pueblo, la patria de mi corazón......
Mesas tendidas.Quizás el cielo de octubre no era tan azul como lo había recordado, pero cobijaba ternuras de las verdaderas.Caminé una y otra vez por el pueblo buscando gente que había crecido con el tiempo.Una niña de ayer Beatricita , convertida en mujer inteligente, inquieta, vivaz, que abría las puertas de su casa, me presentó a su familia y tendió una mesa bien servida, lazos familiares pero también de recuerdos cariñosos bien conservados.Mi primo Claudio, y su mirada siempre diáfana y su humor inalterable.Marta, prima hermana, amiga, confidente, compañera, su hermana cuyo última imagen era para mí la de una bebé y su generosidad, de tender su mesa para el reencuentro.Ceremonias sencillas, de corazón a corazón.Aquel amigo de mi hermano, que cubrió sus ojos al reconocerme, quizás porque estaba guardando imágenes de aquel patio grande y de infancias bulliciosas.Y varias cuadras más allá del fin del asfalto la casa de los nonos, a esa ya no quise llegar, porque quería conservarla, con todas las voces, con todas las presencias, con todos los soles, están en mi memoria, soy parte de ellos y ellos parte de mí, son mi historia.